La Habana, un baile constante
Vuelo 2900 de Interjet, México DF – La Habana, Abril 2014. Hace 10 años de la última y primera vez que estuve en esta encantadora, pobre, alegre y singular ciudad. Llego al avión cargada con mis cámaras e ilusionada de volver a la ciudad en la que nació mi abuela. Me acomodo en mi asiento y comienzo a ojear la revista del avión o lo que sea que hay en el bolsillo del asiento delantero. Dispuesta a hacer tiempo hasta que despeguemos para continuar leyendo Memorias del Ché, por Fidel Castro. A los 5 minutos llega acalorada y muy nerviosa Migdilia, mi compañera de fila del avión.
Cuando por fin se sienta, le pregunto que si se encuentra bien y me dice “Muy nerviosa, nunca he viajado en avión. Es más, nunca he salido de Cuba en 74 años hasta ahora que vine a México a visitar a mi nieta”. La pobre mujer tiene un sofoco como si fuera a viajar a la luna, y la entiendo, porque hacer algo sola por primera vez en 74 años debe ser increíble y sobrecogedor ¡Qué valentía la buena de Migdilia! Obviamente, por la edad, la cultura y para que se le pasen los nervios necesita hablar. Así que miro con pena mi libro y decido que lo continuaré en La Habana. Comenzamos una conversación muy amena. Al rato saca un fajo de fotos envueltas en un papel arrugado de su bolso y me dice, “Mi nieta es fotógrafa y me ha sacado todas estas fotos”. Al menos debe tener 200. Me enseña muchas de ellas con alegría y emoción de todo lo que ha visto. Sus ojos están llenos de ternura al ver a su nieta en algunas de ellas. Se nota que lo ha pasado en grande. Muchas de las fotos son de comida y me dice “Fíjate todo esto no lo podemos comer en Cuba, la situación está muy mal”. Hace una pausa, mira mi libro del Ché y me dice, “A mi marido le caerías muy bien, es un intelectual (y yo me pregunto – ¡¿Quién no es un intelectual en Cuba?!) y se lo ha leído todo sobre el Ché”. En La Habana, ya sabemos que sigue siendo un ídolo para muchos y muestra de ello son la cantidad de murales que hay de él.
El triciclo, uno de los medios de transporte más populares para moverse en la ciudad
Y así pasamos un viaje de lo más entretenido, hablando de todo un poco y para terminar del baile y la música. La Habana, el baile y la música son como el mar y la sal, no es que vayan unidos, es que son uno. Desde la danza clásica hasta el son, los cubanos lo llevan en la sangre. Como decía Isadora Duncan “La danza no es sólo transmisión de una técnica sino también de un impulso vital profundo”.
El piloto anuncia que iniciamos nuestro descenso a La Habana y no puedo evitar buscar El Morro a través de la ventanilla ¡Otro icono de La Habana! Ese faro que desafía a las olas de un Caribe que muestra su carácter y nos anuncia su presencia.
Llegamos a La Habana, y sucede otra vez, me enamoro de esta ciudad y sus gentes. De los valores tan presentes, del amor de las madres y padres a sus hijos, de las parejas paseando por el malecón, de la danza, de los coches americanos de los años 50, de las sonrisas, de los daiquiris, del mar, del sol … de una de las ciudades más auténticas que quedan, de las pocas en las que aún las cadenas de comida rápida no han invadido el centro de la ciudad.
La Habana es una ciudad llena de contrastes, como el de ser un país embargado por una gran potencia, Estados Unidos, y ser probablemente el único país del mundo donde puedes encontrar auténticos (no reproducciones, ni siquiera restauraciones) coches americanos de los 50. Chevrolets, Cadillacs, Pontiacs, Buicks, Chryslers, Plymouths, etc. Lo que sí noto es que ya hay más coches nuevos, aunque los precios son astronómicos (un Peugeot 206 se vende a 67,000 euros – 92,000 dólares). En el 2011 el gobierno cubano permitió comprar y vender coches usados más modernos, posteriores al 59, siendo necesaria una “carta de autorización” por parte de las autoridades. En diciembre de 2013, se han levantado las restricciones nuevamente y ya no es necesaria la misma.
No puedo evitar hacer fotos a cada coche antiguo que pasa, es una debilidad, no los volveré a disfrutar en un tiempo. Encuentro a Diana, de 26 años, recostada en el lateral de una de estas piezas de museo. Está esperando que haya suficiente gente que vaya a su pueblo en el coche comunitario. Es increíble la armonía y el glamour de Diana, el Pontiac y la arquitectura de La Habana Vieja. Me cuenta que viene a La Habana a estudiar. La educación es algo de lo que los cubanos pueden presumir, pero no lo hacen, hasta para eso son humildes. Disfruto cada mañana, muy temprano, fotografiando cómo los niños van a la escuela acompañados de sus madres y una de las mejores luces del día. Van impecables, es otra muestra de respeto e importancia a la educación.
Y para mi La Habana es un baile constante de emociones, de autenticidad, de contrastes, de querer progresar sin perder su esencia, de personas luchadoras. Y así bailo con mi cámara para captar sentimientos de cariño, de amor, de ternura, de nostalgia, de esperanza, de cansancio, de pérdida, de soledad. Así bailo y quiero captar las olas que rompen frente al Malecón, las madres con sus hijos, las parejas, los solitarios, los perros, los coches de los 50, las escuelas, las casas majestuosas por fuera que por dentro se derrumban, los bailes hasta el amanecer, los niños jugando, estudiando.
Quiero captar con honestidad la esencia, el glamour y la luz limpia y poderosa de una ciudad en la que en muchas esquinas parece que el tiempo se detuvo ya hace varias décadas.