Lisboa – La eternidad de un instante –
¿Y si un instante tuviera el poder de volverse eterno? ¿Y si todo lo que conocemos y creemos eterno sólo durase un instante?
La última vez que viajé a Lisboa fue de trabajo en junio de 2013. Esta vez como fotógrafa para participar en un taller liderado por P. Turnley. Ya había tenido la fortuna de visitar esta melancólica ciudad al menos una veintena de veces, siempre por trabajo, salvo una vez ya muy lejana en el tiempo, tanto que parece un instante.
Siempre me gustó la ciudad del Fado y no sabía aún todo lo que me había perdido.
Junio de 2013 propició un redescubrimiento en toda regla, era como reencontrarse con un viejo amigo al que hace años que no has visto, al que te alegras enormemente de ver y, crees conocer …
Y sí, hay características que recuerdas en él como si fuera ayer, que reconoces al instante y te da la sensación de que el tiempo no ha pasado para ninguno de los dos. ¡Qué gran fantasía!
Y poco a poco detectas cosas nuevas, matices que no habías observado y rasgos que sí conocías pero que ahora te gustan más o menos que antes, según… tú también has cambiado. ¿Será que le ves con otros ojos? ¿Será que nos tomamos más tiempo para escuchar y para observar? Esto es lo que a mi me ocurrió cuando descubrí Lisboa a través de mi cámara.
Mi ritmo era definitivamente distinto, más pausado, el necesario para observar y anticipar, para poder estar lista y captar instantes que me hicieran conocer mejor esta ciudad de algo más de medio millón de habitantes.
Mi actitud era definitivamente diferente, hablaba mucho menos y escuchaba mucho más. Disfrutaba escuchando a las gentes de los barrios que me explicaban quienes eran, qué hacían o simplemente por qué las fiestas de San Antonio para Lisboa son como San Fermín para Pamplona.
Y es que a Lisboa le pasa lo que a muchas otras ciudades, parece como si cada barrio fuera un pueblo en sí mismo. En Lisboa esto se acentúa por su orografía, por sus empinadas calles que llegan a alguna de sus 7 colinas. Sin automóviles la vida de barrio crece y se alimenta día a día en cada esquina.
Me comunicaba definitivamente de otra manera, mucho más a través de mi cuerpo, más por intuición que por raciocinio, quizá me daba cuenta inconscientemente que el instante de un gesto seguro, amable e invitarte tenía el poder de generar una empatía casi eterna, tan eterna como fotografiado y fotógrafa quisiéramos.
Me daba cuenta más que nunca del poder de la comunicación visual sobre la verbal. Una eterna batalla que curiosamente suele ganar la palabra. No voy a defender la fotografía como un método de meditación, no soy ni tan chistosa, ni tan innovadora. Pero si debo decir que a mi me ha hecho mejor persona, me ha hecho entender mejor al otro, querer observarle como si fuera un viejo amigo, aunque tan solo le hubiera conocido apenas un instante, querer escucharle usando mis oídos pero sobre todo mis ojos sin caer en la tentación de contar mi historia, sólo estar receptiva y atenta a todas las historias que me rodean.
Y por eso también siempre comparto con mis alumnos de fotografía, la importancia de saber esperar, de estar concentrado y atento a todo lo que ocurre alrededor, con una paciencia infinita, tanto que a veces parece eterna. Paciencia bendita que nos ayuda a los fotógrafos a captar esos instantes que duran fracciones de segundo.
Creo que por todo eso, surgió una Lisboa que me sorprendió enormemente y que no había tenido la oportunidad de conocer en ocasiones anteriores. Descubrí que no sólo es una ciudad que recibe bien al extranjero, como casi toda ciudad con gran puerto, sino que también sus años de historia le imprimen carácter y encanto. También conocí a otra Alejandra con la que me gusta más viajar, que, cuando llega a un lugar, se muere de ganas de conocer sus gentes y sus historias, porque la de los monumentos ya la tenemos en los libros y las guías de viajes.
Y así disfruté de cientos de instantes que se convirtieron en miles y algunos se hicieron eternos. Porque cada vez que miro estas fotografías siento con igual intensidad – que en Junio de 2013 – el orgullo de la madre que abraza a su hijo,
la alegría de Claudia cuando es volteada con garbo y vigor mientras baila el rock & roll con un amigo en los soportales de una de las calles principales del centro,
el subidón de adrenalina de un extremeño residente en Lisboa que toca jazz con varios instrumentos de percusión, entre los que se encuentra su cajón, delator de sus raíces,
el confort de un abrazo de tu pareja al borde del Atlántico,
un cálido beso helado en pleno verano lisboeta,
el fervor y el sentido homenaje colectivo que otorgan los Lisboetas cada 13 de Junio al Amor y su patrón, San Antonio,
Instantes, Eternos, hasta que vuelva de nuevo y me reencuentre con ellos. Entonces redescubriré una nueva Lisboa y a una nueva fotógrafa. ¡Ojala que nos sigamos entendiendo!
Algunos Consejos
Cuándo ir a Lisboa
Si puedes ve en Junio, hace buen clima y no excesivo calor. Además son las fiestas de San Antonio, (el 13 de Junio), patrón de Lisboa. La ciudad se viste de fiesta y sus calles, al ser muchas peatonales, se convierten en restaurantes, bares, terrazas y pistas de baile al aire libre. No son fiestas de aglomeraciones, pero si hay mucho ambiente y se respira alegría en cada adoquín.
Qué ver/ Qué hacer
- Bodas Públicas
Se celebran el 13 de junio. El ayuntamiento de la ciudad selecciona a varias parejas de un entorno económico humilde y las apoya financieramente en toda la ceremonia y celebración de su enlace. Este, es presenciado en todo el país a través de los canales públicos de televisión y por miles de Lisboetas que acompañan a los recién casados a las puertas de la Catedral del patrón y por las principales calles de la capital. - Música en la calle
- Pasear por los Barrios de Baixa, Alfama y Barrio Alto, con mucho encanto
- Catedral, Casa Dos Bicos, elevador de santa justa
- Visitar la torre de Belem, el monasterio de los Jerónimos y el Castillos de San Jorge con muy buenas vistas
- Vistas desde sus colinas
- Tomar el funicular de Sta Justa
- Tomar un helado paseando por la plaza, el Atlántico
- Ir a la desembocadura del Tajo
Qué comer
- Pasteis de Belem
- Bacalao – en cualquiera de sus 365 formas de prepararlo
- Sardinas
- Cualquiera de los pasteles de la Brasileira